Sacramento de la Confesión en la Biblia

El sacramento de la confesión en la Biblia

El sacramento de la confesión en la Biblia aparece en el Nuevo Testamento, aunque ya en el Antiguo aparecen sus signos esenciales

El Sacramento de la Confesión en la Biblia no aparece tal cual como lo conocemos hoy día en la praxis de la Iglesia. En realidad, nos referirnos a un Sacramento de la confesión incipiente, en germen, así como era de incipiente la fracción del pan que se celebraba en la Iglesia primitiva, que con el tiempo devendría en lo que es hoy la Santa Misa.

Sí que aparecen, sin embargo, sus elementos esenciales y fundamentales. Estos elementos son el gesto de confesar los propios pecados para obtener el perdón, el reconocimiento del mal que se ha hecho y el arrepentimiento por ello (Sal 32,3. 32,5. 38,18 Prov. 28,13; Lv 5,5. 26,40; 2 Sm 12,13; Mt 3,6; 1 Jn 1,8; Stg 15,14-16; 1 Jn 1,9).

En la Biblia, encontramos varios ejemplos de personas que se confesaron a Dios y recibieron su perdón. Por ejemplo, en el Libro de los Números, Moisés intercede ante Dios por los israelitas que han pecado, y Dios perdona su pecado. En el Libro de Isaías, el profeta Isaías se siente culpable por sus pecados y pide perdón a Dios, y Dios le perdona. David reconoce su culpa ante el profeta enviado por Dios, éste le anuncia que Dios ha perdonado su culpa y su pecado.

En el libro de Joel 2,12-13, el profeta exhorta al pueblo de Israel a arrepentirse de corazón: «Aun ahora —afirma el Señor—, vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, llanto y lamento. Rasguen su corazón y no sus vestiduras. Vuélvanse al Señor su Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, cambia de parecer y no castiga».

Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, posee y da la autoridad de perdonar los pecados

El perdón de los pecados es un acto de poder divino que solo Dios, el Dios altísimo, puede otorgar (Mc 2,10). Jesucristo, como Hijo de Dios y Salvador, posee la autoridad divina para perdonar los pecados de los hombres. Esta afirmación se basa en varios pasajes bíblicos, como el relato de la curación del paralítico en el Evangelio de Marcos: «Cuando Jesús vio la fe que tenían, dijo al enfermo: hijo mío, tus pecados están perdonados» (Mc 2,5; Lc 7,48).

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Y esa autoridad divina de perdonar los pecados, Jesús la confiere a su Iglesia: “Reciban al Espíritu Santo, a quienes ustedes perdonen los pecados, les quedan perdonados, a quienes no se los perdonen, les quedan sin perdonar” (Jn 20,22-23; Mt 9, 2-8; 16,19; 18,18). Esta acción de Jesús muestra claramente su intención de transmitir su poder de perdonar los pecados a la Iglesia.

La Iglesia, como comunidad de creyentes y depositaria de la enseñanza de Jesús, recibe este poder de perdonar los pecados a través de la sucesión apostólica. Los obispos y sacerdotes, en virtud de su ordenación sacramental, actúan in Persona Christi (en la persona de Cristo) al administrar el sacramento de la reconciliación o confesión, y es, por tanto Cristo, quien perdona los pecados a través de ellos por el ministerio sacerdotal.

Es, por ende, un deber de la Iglesia ejercer este sacramento del perdón y la misericordia, un poder que es de Dios, porque solo Él tiene el poder de perdonar, pero que ha dado ese poder a los hombres: “la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres” Mt 9,8.

Esta enseñanza se basa en la interpretación de los textos bíblicos mencionados anteriormente, así como en la tradición apostólica transmitida a lo largo de los siglos. La Iglesia, al ejercer este poder, actúa como mediadora entre Dios y los fieles, ofreciendo la gracia del perdón y la reconciliación.

Es importante destacar que el poder de perdonar los pecados no radica en la autoridad humana de los sacerdotes, sino en la autoridad divina conferida por Jesucristo a través de la Iglesia. Esta comprensión del poder de Cristo para perdonar los pecados y su donación a la Iglesia es esencial para la liturgia sacramental y la vida espiritual de los fieles.

Puede cambiar la expresión, lo esencial permanece.

La Iglesia, fiel a la voluntad de Dios, administra este sacramento, porque al igual que Nuestro Salvador “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” 1 Tm 2,4. La Iglesia ha recibido esta potestad, que como hemos visto más arriba, tiene gran fundamentación bíblica, pero el modo de cómo ejercerlo puede variar, como ha sucedido con el paso del tiempo. Catecismo de la Iglesia Católica n° 1447.

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En los primeros años de la Iglesia, se sabe que el perdón de los pecados era con confesión pública, y frecuentemente con rigurosas penitencias; actualmente, el ejercicio ordinario de este sacramento es con confesión y absolución individual.

Los actos del penitente.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, los actos del penitente en el sacramento de la Reconciliación incluyen la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción.

La contrición es el primer acto del penitente y consiste en el dolor y la aversión por los pecados cometidos, junto con el firme propósito de no volver a pecar. La contrición puede ser perfecta, cuando se basa en el amor a Dios y se lamenta por haberlo ofendido, o imperfecta, cuando se basa en el temor al castigo divino.

La contrición perfecta es deseada, pero la imperfecta también es válida para recibir el perdón de Dios a través del sacramento de la reconciliación 1451-1454.

La confesión de los pecados es el segundo acto del penitente y consiste en la manifestación de los pecados cometidos ante un sacerdote. La confesión debe ser sincera, completa y humilde, reconociendo los pecados con claridad y sin ocultar nada.

El sacerdote, en virtud del sacramento de la ordenación, tiene el poder de perdonar los pecados en nombre de Dios y de la Iglesia. La confesión es un acto de humildad y confianza en la misericordia divina, que permite al penitente recibir el perdón y la gracia de Dios 1455-1458.

La satisfacción es el tercer acto del penitente y consiste en la realización de obras de reparación por los pecados cometidos. Estas obras pueden ser oraciones, ayunos, limosnas u otras acciones de caridad, que buscan reparar el daño causado por el pecado y fortalecer la vida de gracia en el penitente.

La satisfacción es una expresión concreta de la conversión interior y del deseo de cambiar de vida. A través de la satisfacción, el penitente coopera con la gracia divina y se compromete a vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios 1459-1460.

¿Por qué confesarse con otro pecador igual que yo?

Tal vez te equivocas con esa afirmación porque tal vez el sacerdote sea más pecador que tú. Es ahí donde se muestra la misericordia de Dios, porque nadie es digno de recibirla, es un don gratuito. La misericordia se muestra en que no depende de la dignidad o santidad del ministro que esté presente, depende es del amor de Dios, que se sirve de frágiles instrumentos para hacer obras grandes, se sirve del mal, para sacar el bien.

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El sacramento de la reconciliación nos acerca más a Dios. Considera que cada vez que nos confesamos, nos acercamos más a Dios. Dios ha usado las mismas armas del mal para sacar bien, lo acabamos de decir; hasta el pecado Dios ha sabido usarlo para el bien (¡de la cruz y la muerte, sacó la Vida y la Resurrección!).

No es un llamado a pecar, pero, si pecamos, nos confesamos y nos acercamos más a Dios. Por eso es que el Maligno odia tanto este sacramento y pone todas las trabas y nos inspira todos los pretextos posibles para que no acudamos al sacramento de la Misericordia.

El sacramento de la reconciliación nos hace humildes. Este es el otro motivo por el cual el Maligno detesta tanto este sacramento: porque él es soberbio y arrogante, y este sacramento, así como nos acerca más y nos identifica con ese Jesús humilde, en la misma medida, nos aleja de la soberbia del Mentiroso, que, con todo tipo de engaños, pretende que seamos como él.

Se te perdona, porque se te ama. Sí, es cierto, que reconocer y confesar nuestros pecados nos hiere; muchas veces vamos llenos de culpa y vergüenza, pero que saludable es saber que es allí donde nuestro Señor nos dice: “vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré” Mt 11, 28-30. Y luego podemos sabernos más amados y amar más, (Lc 7,47).

No hay excusas para dejar de ir a confesarse, y si la hay, no viene de Dios sino del tentador, que hace ver el pecado como algo apetecible (Gn3,6), para una vez realizado, acusarte y hacerte sentir indigno delante de Dios (Ap 12,10). No caigas en su mentira. ¡Ahora es el momento de una buena confesión!




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